"¡Hoy me siento como incómodo, tan aburrido! ¡Esta sensación de hastío y de vacío no la quiero sentir! ¡No tengo hambre, pero se me despertaron unas ganas de comer algo rico!...
Miro alrededor y me dirijo sin pensar hacia el helado que guardé en el refrigerador. Mmm! ¡Esto es lo que quería. Algo rico y dulce, que me dé placer.! Y me pongo a comer..."

Con cada repetición de este patrón, nuestro cerebro empieza a establecer una conexión entre el aburrimiento (nuestro mundo interno) y la comida (nuestro mundo externo). Este proceso no es casual; responde a cómo nuestro sistema nervioso forma surcos neurológicos, redes de información que conectan estímulo y respuesta.
¿El resultado? La asociación se vuelve automática. El aburrimiento se transforma en un disparador que activa el deseo de comer. Este mismo principio aplica a otros casos: la angustia se vincula con el alcohol, la pena con un antidepresivo, el estrés con fumar y así sucesivamente. Con el tiempo, estas respuestas dejan de ser elecciones conscientes y se convierten en conductas adictivas.
Hábito vs. Adicción
No todos los hábitos son malos. Tomemos este ejemplo: "Cada mañana, al despertar, tomo un vaso de agua."
Aquí también hay un estímulo (despertar) y una respuesta (tomar agua). Pero, a diferencia de una conducta adictiva, este hábito tiene un efecto positivo: me hidrata y limpia mi sistema digestivo tras dormir. Es un patrón saludable que refuerza mi bienestar.
La diferencia clave es que detrás de una conducta adictiva hay una sensación de incomodidad, sufrimiento o vacío. Las adicciones nos atrapan en un ciclo de compulsión y necesidad. ¿Por qué reaccionamos de cierta manera ante una emoción? ¿Qué buscamos aliviar o evitar? A medida que el estímulo asociativo se activa, surge un deseo casi incontrolable por repetir el hábito, aunque sepamos que nos está haciendo daño.
Nos volvemos esclavos de nuestros hábitos
Si nuestro cerebro hablara, cómo lo dice una canción, no me cabe la duda que nos diría: yo solo soy tu herramienta, ¡tú el que la alimentas! Si quieres que no me enferme, cuida las semillas que plantas, ¡yo soy como un jardín y tú el jardinero!
Nuestro cerebro tiene una capacidad extraordinaria para adaptarse y aprender. Pero esta flexibilidad también implica que lo que repetimos con frecuencia –ya sean conductas saludables o dañinas– se convierte en nuestra programación interna.
¿Podemos cambiar?
La respuesta es sí, pero requiere voluntad, paciencia y las herramientas adecuadas. Para dejar de ser esclavos de hábitos perjudiciales, necesitamos:
Estar harto de nuestra adicción: ya no es divertido y sólo lo pasamos mal Queremos cambiar, pero no podemos.
Buscar apoyo: Cambiar patrones arraigados puede ser un desafío, pero con el acompañamiento adecuado, el proceso se hace más llevadero.
Reconocer el patrón: Identificar qué estímulos desencadenan la conducta adictiva.
Crear nuevas conexiones: Sustituir el hábito dañino por uno saludable que genere bienestar.
Cuidar nuestras "semillas": Ser conscientes de lo que cultivamos en nuestro cerebro, enfocándonos en pensamientos, emociones y acciones positivas.
El camino hacia la libertad
Nuestro cerebro es una herramienta increíblemente poderosa, pero necesita ser guiada con intención. Si cultivamos patrones positivos, transformamos nuestra mente y con ello, nuestra vida.
Cambiar es difícil, pero no imposible. Lo difícil es seguir viviendo con la adicción.
Podemos elegir qué queremos sembrar en nuestro jardín interno. Con el tiempo, las nuevas semillas crecerán, reemplazando las antiguas y dándonos una oportunidad para florecer de nuevo.
María Roxana Vega
Psicóloga Clínica, Directora de Centro Walnut
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