No estamos divididos: Lo que tu mente piensa tu cuerpo lo siente
- María Roxana Vega A.
- 25 jun
- 3 Min. de lectura

Durante mucho tiempo fuimos educados para vernos en partes, divididos. El cuerpo por un lado, la mente por otro. Una consulta para el corazón, otra para la tristeza. Un médico para los síntomas físicos, un terapeuta para los dolores del alma. Como si no fuéramos una unidad. Como si la mente no viviera en el cuerpo. Como si el cuerpo no llevara marcas de nuestra historia emocional.
Pero hoy, gracias a los avances de la psiconeuroinmunoendocrinología (sí, todo eso junto) —PNIE para abreviar—, aunque para la lengua poco entrenada suene a gran chorizo, sabemos que cada pensamiento conlleva una emoción, esta desencadena una química y hormonas que afectan nuestro sistema inmune, en todo momento y con cada respiración que hacemos.
Lo que sentimos, lo que pensamos, lo que callamos… modula neurotransmisores, influye en la producción hormonal, altera el sistema inmune y afecta la expresión genética. Sí, la pena altera tu biología. Sí, el estrés sostenido puede bajar tus defensas. Y sí, las emociones no elaboradas son terreno fértil para el síntoma y la enfermedad.
Durante mucho tiempo se habló de las enfermedades “psicosomáticas”… ¡eureka! La primera pista de que somos un cuerpo-mente y que la enfermedad puede ser causa de la mente. Pero, ¿de qué enfermedad podríamos decir que no involucra también lo emocional, lo mental, lo social? Muy pocas.
Solo entre el 1% y el 5% de las enfermedades son causadas exclusivamente por genética (Lipton, biólogo celular, 2005; UK Biobank, 2024).
El resto está influido por hábitos, estilo de vida, entorno, alimentación, relaciones y manejo del estrés.
Esto no significa que la genética no importe, sino que tenemos un margen enorme de acción para cuidar y transformar nuestra salud.
Estos datos, los estudios de la epigenética y la neurociencia, no llegaron para que nos culpemos ni nos lamentemos de nuestro genotipo ni de nuestra historia, sino para que en el ahora, en el tiempo presente, seamos responsables y creadores de nuevas posibilidades.
Nuestra historia no solo está en la mente. Está en el cuerpo.
Cada vez que repetimos un patrón de pensamiento, cada vez que alimentamos una creencia limitante (“yo no puedo”, “no soy suficiente”, “me tengo que esforzar más”), se activa una red neuronal, un cóctel bioquímico, un mensaje interno que deja huella.
Nuestra historia personal, el modo en que fuimos amados, cuidados y mirados, programa parte de nuestros automatismos emocionales, nuestros miedos y nuestras reacciones. Y sí, mucho de eso pertenece al pasado… y como dice el dicho, lo pasado pisado está.
¿Y si nos liberamos de los condicionamientos que nos enferman?
Una mente ansiosa, por ejemplo, no es solo un problema de pensamientos. Es un cuerpo constantemente activado, un sistema inmune alterado, un organismo que no encuentra pausa. Lo mismo ocurre con el enojo crónico, con la tristeza estancada, con la culpa que no se suelta.
Entonces, ¿qué pasa si empezamos a entrenar una forma nueva de estar con nosotros mismos? ¿Qué pasa si nos damos cuenta del poder que tenemos para reconocer esos patrones, abrir espacio y empezar a elegir distinto?
Somos una sola cosa. Una unidad que respira, siente, piensa, se inflama y se cura.
Mente, sistema nervioso, sistema inmune, hormonas, emociones, pensamientos… todo está conectado. Todo conversa. Y si aprendemos a escuchar con más atención, quizás empecemos a vivir con más conciencia, calma y plenitud.
Porque no estamos rotos, solo nos contaron mal cómo funcionamos. Y ahora que lo sabemos, podemos volver a casa: al cuerpo, a la mente, a la posibilidad de integrarnos.
Pero ojo: no siempre podemos hacer ese camino solos. Muchas veces, para cambiar la forma en que pensamos o sentimos, necesitamos alguien que nos ayude a mirar desde otro lugar. Alguien que nos saque un rato de nuestra “pecera mental”, esa burbuja donde todo lo que creemos se siente como la única verdad, y nos muestre que hay otras aguas posibles.
Cambiar no siempre es fácil. Requiere coraje, sí. Pero también acompañamiento, mirada externa, guía. Porque la mayoría de nuestros condicionamientos fueron aprendidos en relación… y muchas veces también se resignifican en relación.
Así que, si sientes que algo ya no te sirve, si vives repitiendo loops que te cansan o te enferman, como hábitos ansiosos y, más grave aún, hábitos que se han transformado en adicciones, anímate a soltar, a reinventarte, a abrir la pecera.
Porque o soltamos o seguimos repitiendo patrones añejos que nos producen indigestión emocional. Declaremos un propósito de cambio aunque nos dé miedo, llamemos, despertemos la valentía, porque otra forma de vivir es posible… y tú lo sabes.
Maria Roxana Vega Alabarcé
Mg Psicóloga Clínica especialista en Ansiedad y Mindfulness.
Directora Centro Walnut.
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